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El psicoanálisis y sus psicoanalistas se valen de una noción “comodín” llamada función de los presupuestos, apta para las más variadas inserciones teóricas.

En la teoría de Wierzbicka se integran los presupuestos en el enunciado, distinguiéndolos del contenido afirmado por el enunciador. La objeción a esta tesis no sólo se limita a la presuposición de que ciertos conocimientos son ignorados por el oyente y que, por lo tanto, inyecta (presupone) en el enunciador. El problema mayor es que las modalidades de la enunciación son reducidas a modalidades del enunciado.

Así, el analista se mezcla como sujeto del enunciado, a la vez que se presupone sujeto de enunciación. Esto ocurre a posteriori del análisis per se, es decir, en el texto que crea sobre su “paciente”; ¡cuando ya es sujeto de su teoría! (Análisis del discurso, pp. 213–214). Y este tema ha sido tratado desde los 60’s en el “psicoanálisis intersubjetivo”, que no vio La Luz de la traducción fuera de ciertos círculos entre Stolorow y Atwood, sino hasta 30 años después (40 para su traducción en México).

La función de modalización entre enunciador y enunciatario atribuye una competencia modal que da pauta a la presuposición del contexto jerárquico entre analista y paciente. Operación que define el acto ilocucionario.

“Si el afirmar no equivale a decir que se quiere hacer saber, sino a hacer saber […], el presuponer no equivale a decir que el oyente sabe, o qué se piensa que sabe o debería saber, sino a colocar el diálogo en la hipótesis de que ya sabe, a desempeñar el papel de alguien de quien el oyente sabe que…” (Ducrot, 1979, p. 78).

¿No es éste el juego constante entre lo que se entrena un analista para “descubrir” en la clínica, precisamente aquello en lo que se ha esforzado por encubrir, mientras se vuelve un experto en desencubrirlo nuevamente?

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