La sanación está muy romantizada.
Pareciera que deberían salir halos de luz con chispas y gotas de amor mientras nos elevamos a otras frecuencias. En otros caso se espera un medicamento que quitará el estrés, las adicciones y solucionará los problemas familiares y laborales.
Lamentablemente esto no es así. Sanar es agotador, aplastante, no tiene nada de glamoroso. No se escuchan cánticos ni mantras de fondo, ni hay luces de colores.
Iniciar un tratamiento y buscar a especialistas es encontrar guía y asistencia para el esfuerzo que comenzaremos a realizar en nuestro día a día.
Sanar es abrir las puertas de lo que tenemos tapado, que no queremos ver, y como todas las resistencias juntas se aglomeran ante la situación incómoda de cambiar.
Presenciamos cómo se manifiestan temáticas de negación, el “está todo bien”, boicots, y muchos sabotajes. La sanación es ardua, profunda, caótica y fluctuante, no tiene un camino recto ni hay recompensas inmediatas. Animarse es un gran acto de valentía, es un acto privado, íntimo y muy hondo.
No lo llamemos de otro modo , sanar es sanar, es ver la herida para ver los recursos a usar para atravesarla.
Estemos presentes en el proceso, para nosotros mismos, armando red, dejándonos sostener y comprendiendo lo misterioso que puede ser, sin controlar ni esperar nada más de lo que sucederá.