Desde la definición del objeto de estudio de la «psicología», hasta los instrumentos que se aplican para su intervención, la psicología se encuentra en una crisis que incapacita a sus profesionistas a ofrecer atención certera y adecuada ante el siglo XXI en el que entramos con todo tipo de variables. Ante esto, dos peligros deben ser evitados: «la consideración institucional como extrínseca a lo personal, y el ampliar de manera excesiva la problemática institucional» (Guattari, p. 292).
Las estadísticas y los encuadres, ya sean los del DSM-V o el CIE-11, usados por la OMS, APA, SEEUE, etc., y todo tipo de organizaciones, generan más discontinuidad de tratamientos del tipo «psi» que ofertas reales de mejoría individual. Estas instituciones suelen valerse de los grandes números de sus estudios para suponer la viabilidad de sus modelos, lo que se aúna al gran peso institucional que tienen ante sectores educativos -mediante editoriales y criterios de validez oficial a nivel mundial-, para vender sus modelos como efectivos y científicos. Pero sus principios mismos caen en errores de todo tipo.
Es difícil reconocer cómo es que las estadísticas y los encuadres sobre la Salud Mental evaden más de lo que aprueban. Por un lado, la estadística limita las variables de análisis sobre los criterios «mentales» que se exploran sobre un paciente; no puede preguntarse de todo a todo tipo de casos distintos. Por otra parte, los encuadres relativos al estudio de la mente siguen criterios más amplios que no toman en cuenta la evolución total de la persona ante su situación, limitando su progreso a un diagnóstico.
Esto quiere decir que no puede darse un seguimiento exhaustivo a los casos que carecen de análisis previo al diagnóstico, durante el tratamiento y posterior a su intervención con el especialista. Todo estudio e investigación psicológica es a priori (diagnóstico) o a posteriori (investigación) sobre esos principios, que sólo sirven para hacer uso de información acumulada para fortalecer o debilitar teorías de todo tipo.
Así es como, rellenando criterios diagnósticos y análisis de síntomas diferenciales, se cae en instituciones internacionales que dictan los parámetros oficiales de enfermedades diagnosticas. ¿Basados en qué parámetros? En análisis estadísticos sobre criterios epidemiológicos y su diferenciación entre uno y otro síntoma a nivel clínico. Este proceso ha pasado a convertir el triage médico en una aplicación psicológica.
Cooke y Sinclair definen el triage como: «el proceso mediante el cual un paciente es valorado a su llegada al Servicio de Urgencias para determinar la urgencia del problema y asignar el recurso de Salud apropiado para el cuidado del problema identificado; el paciente es clasificado de acuerdo con las prioridades de su cuidado.» (1999, pp. 179–181)
Este proceso resulta ser benéfico en el ámbito médico que, no debemos olvidarlo, cuenta con un objeto de estudio complejo y delimitado que se llama: cuerpo humano. Sin embargo, ¿qué pasa en un ámbito donde el objeto de estudio no contiene límites bien definidos? La psicología sufre de esta carga: sus límites son creados al mismo tiempo que se expresan sus síntomas y relatan sus consecuentes signos. En caso de emergencias, la psicología no cuenta con una clasificación universal de sus síntomas, dado que su objeto de estudio no es el cuerpo per se.
La etimología de la palabra misma nos relata una evolución de sus límites, para objetivos, criterios y contexto en el que sus variables cambian de acuerdo al cúmulo colectivo en el que cada civilización humana se encuentra. Algunos significados son conocidos y valorados, otros son desconocidos y olvidados en cosmovisiones antiguas. Desde la «mente» hasta la «conducta», desde el «alma» o «espíritu», desde algún «daemon» hasta el «coraje o virtud»: la «psique» se construye al mismo tiempo que se observa. Por lo que tratar la «psique» resulta tan complejo como estudiarla. Suponer conclusiones certeras es caer en un grave error que, alarmantemente, se nota en grandes autoridades que estudian, trabajan, investigan y tratan la «psique». Pareciera que las instituciones hacen de todo pro mantener un orden de la realidad sobre la «psique» y sus dinámicas. Así que vale la pena preguntarse: ¿qué hace un psicólogo en tiempos de crisis y cuál es su solución?
La «gran solución» planteada por el mundo profesional de la psicología ha sido el «triage psicológico». La creación de un psicólogo de emergencias que unifica medicina y psicología de emergencias. Es decir el uso de un instrumento, a priori de la emergencia, que valore, detecte y clasifique la vulnerabilidad de la «psique» de las personas más afectadas. Incluso existen varios modelos principales: el australiano, el canadiense, el andorrano, el de Manchester, el estadounidense (ESI), etc.
Ante esto tenemos, por un lado, que las labores dinámicas de valoración médica que definen la prioridad para la asistencia de un paciente, son aplicadas a temáticas psicológicas. Cuando ni siquiera se ata seguro de cuál es el objeto de estudio de la profesión. Y por otro lado, tenemos intentos de universalizar instrumentos con implementaciones diagnósticas de conceptos provenientes de contextos sociales distintos al país de implementación. Y aunque esto se “solucione” con una validez estadística, los conceptos, valoraciones e intervenciones se aplican a tratamientos limitados.
Es decir, cuando un psicólogo aplica un instrumento de «triage» psicológico, no analiza a la persona sino que dicta operaciones preestablecidas por un instrumento, sobre el cual dará una valoración de urgencia para definir tratamientos y asistencias. Esto pareciera una manera objetiva de proceder, pero se limita a situaciones de emergencia (casi siempre crisis sociales: terremotos, pandemias, incendios, guerras, etc.) y se limita a ofrecer tratamientos a personas con síntomas muy «visibles» en el aspecto emocional, así como «cayendo» en las categorías conceptuales de criterios clínicos institucionales.
Hagamos un ejercicio. Imaginemos dos víctimas de un terremoto que derrumbó el mismo edificio en el que se encontraban. La persona A se encuentra en un «estado disociativo» porque fue víctima del terremoto y, al no presentar problemas médicos, no presenta la urgencia de la víctima B que sufre de traumatismo cráneo encefálico por el mismo terremoto. Hasta aquí es comprensible la necesidad de dividir entre casos graves y no tan graves. Pero todo se complica si avanzamos unas horas, días, semanas y hasta meses.
Continuando el mismo caso entre víctima A y víctima B, supongamos que B se recuperó un mes después, pero A tiene terrores nocturnos, ansiedad y claros síntomas de algún trastorno no especificado. ¿De qué sirve un «triage psicológico» fuera de un evento de crisis o emergencia? Parece ser necesario que el triage psicológico de expands hacia situaciones que no involucren crisis mayores, desde el punto de vista colectivo.
Y ahora avanzamos hacia lo más relevante de esta nota: ¿cómo aplicar un triage psicológico que funciones todos los días del año? No se puede. ¿Por qué? Porque los modelos psicológicos se reducen a criterios diagnósticos con validez oficial que, muy pocos se enteran y menos lo aceptan, no siguen todas las teorías y disciplinas psicológicas. Existen muchas teorías psicológicas que ofrecen tratamientos desvalorados por las grandes instituciones, dado que no cumplen los criterios de validez oficial, es decir, criterios objetivos, cuantificables, probados y medidos.
¿Cómo es que existen teorías psicológicas que no cumplen estos requisitos científicos? Porque crean otros criterios al analizar variables que no pueden medirse de manera sencilla y cuantificable. Esto resulta inaceptable para las grandes instituciones, que terminan desprestigiando o descarriando dichas teorías. Lo relevante aquí es comprender que terapéuticamente sirven y funcionan, pero no aplican los mismos conceptos diagnósticos aunque se lean los mismos signos. Proceso que han vivido distintas ciencias.
Cuando Thomas Kuhn, en su ensayo sobre «El desarrollo de la física», analiza las circunstancias entre la física matemática y la experimental, concluyendo una matematizacioñón entre teorías y experimentos. Kuhn proponía que la física no podía sufrir la matematización y desplazamiento que tuvo el desarrollo de la física entre teoría y clínica (experimental), que se dio en las primeras tres décadas del siglo XX mediante el modelo alemán. (Kuhn, p. 89)
«Lo que había empezado en Francia durante el primer cuarto del siglo XIX tuvo que ser creado en otras partes, al principio Alemania e Inglaterra», relata Kuhn sobre el desarrollo de nuevos modelos físicos. Y atribuye «la plasticidad de las instituciones educativas alemanas» para unificar matemáticos y teóricos experimentales para el nuevo modelo de la física experimental. Aún así, la disolución entre experimentos teóricos y matemáticas nunca fue posible, por lo que la teoría física resulta enteramente matemática. (Kuhn, p. 89).
De manera paralela, el triage o clasificación es un término francés que se ha usado mundialmente en el ámbito sanitario. Ámbito que cuenta con un objeto de estudio: el cuerpo. Y ahora que la psicología trata de “matematizar” sus resultados para encontrar validez estadística y científica respecto a su efectividad, el campo “experimental” resulta desvalorado ante la falta de validez conceptual en sus técnicas y posibilidades terapéuticas.
Algo queda claro: la psicología no puede sufrir la matematización y desplazamiento que tuvo el desarrollo de la física entre teoría y clínica, dado en las primeras décadas del siglo XX. Un “triage psicológico” no está diseñado para ser efectivo a largo plazo y sobre todos los campos psicológicos. La práctica del triage, proveniente de la medicina, funciona en ciertos momentos pero deja ver la necesidad de otras dinámicas en el ámbito psicológico.
De ahí la necesidad de una teoría sobre la derivación psicológica, que es lo que el proyecto de International Synoptic Archive (ISA) pretende mediante la posibilidad de DERIVA. Pero para esto se requiere de una apertura mental sobre la psicología leída y significada como “psicologías”. Antes de que toda teoría «psi» se aleje tanto de sus compañeras, al mismo tiempo que se especializa, hasta el punto de que cada opinión sea una acción corporativa, se requiere una unidad psicológica. ¿Acaso el psicoanálisis, la psiquiatría, la neuropsicología, las terapias humanistas, etc., se han vuelto una corporación? (Guattari, p. 259)
Es necesario un cambio epistemológico radical que, en su próxima publicación teórica, cause más oportunidades para el clínico «psi» especializado, que escándalo para el que no quiere aceptar la realidad de la Salud Mental en los ámbitos mundiales, sociales, colectivos e individuales.
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